martes, 25 de septiembre de 2012

Guerra de Secesión catalana

 
Desgraciadamente no siempre los gobernantes de los pueblos han buscado con su acción política alcanzar el bien común de los ciudadanos. En ocasiones, llevados por la codicia, el delirio de grandeza y, en definitiva, por su interés particular han provocado desastres irremediables.
Este es el caso de algunos de los representantes políticos de Cataluña durante la Guerra de Secesión. Su interés particular les llevó a la traición a Felipe IV y a la pérdida de la Cataluña Norte en favor de Francia. 

1. La Guerra de Secesión (1640-1653)


Nos encontramos en la España de los Austrias, durante el reinado de Felipe IV. Este monarca hereda el poderoso imperio español, pero no es capaz de incrementarlo, ni siquiera conservarlo tal como lo había recibido. Felipe IV es un rey que evita su máxima responsabilidad política cediendo el poder a los validos. El acontecimiento que narramos se circunscribe en la época del valido Don Gaspar de Guzmán, más conocido como Conde duque de Olivares.

Desde principios del siglo XVII, el todavía poderoso Imperio Español cercaba territorialmente a uno de sus rivales más directos en la lucha por la hegemonía mundial: Francia. Para la nación vecina resultaba, por lo tanto, molesto e inquietante el bloqueo español. Por eso, como represalia, Francia bloquea el suministro a los territorios españoles de Flandes por el Atlántico, obligando a España a hacerlo por otros territorios de su propiedad y aliados: Barcelona, Génova, Milán, Saboya, Franco Condado, Lorena y Luxemburgo.

Por otro lado, tras 12 años de tregua se reinicia la guerra entre España y Holanda en 1621. Para hacer frente a la guerra (armamento, hombres, dinero) Felipe IV (aconsejado por su valido) negocia con cada una de las Cortes de los Reinos de España una participación proporcional, estableciendo así la Unión de Armas en 1626, a la cual se opone solamente Cataluña<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]-->. Esta posición de las Cortes catalanas irrita al monarca quien había logrado la colaboración incluso del Papa mediante la cesión del diezmo (cobro de 1/10 parte de las rentas eclesiásticas), por tratarse de una guerra en defensa de la Religión Católica. A pesar del mandato pontificio los canónigos de Vic (Melchor de Palau) se niegan a ceder el diezmo, obligado al Rey a incautar los bienes del Cabildo<!--[if !supportFootnotes]-->[2]<!--[endif]-->. Éstos en contrapartida llevarán a cabo un cierre de iglesias, alentados por algunos canónigos de Gerona (Pau Claris) y Urgel (Jaime Ferran)<!--[if !supportFootnotes]-->[3]<!--[endif]-->.

Francia aprovecha el desgaste de España por su lucha en Flandes y por su falta de cohesión interna para declararle la guerra en 1635. Un año antes Felipe IV, advertido del peligro, manda soldados a Cataluña para guarnecer la frontera. Desde 1634 a 1639 Felipe IV negocia con las Cortes Catalanas la leva y el mantenimiento del ejército, obteniendo estériles resultados. Pero en 1639 Francia conquista Salses, en el Rosellón, y el temor a una invasión total hace que las Cortes concedan al Rey subvención y reclutamiento.

El factor clave para entender la Guerra de Secesión catalana es el alojamiento de soldados de Felipe IV en terreno catalán durante la guerra con Francia. Algunos soldados solucionaban su descontento por lo prolongado de la campaña, por la escasez de alimentos y de salario con robos, violaciones...,excesos en general entre la población civil donde se alojaban. Estos hechos lamentables provocaban, irremediablemente, la venganza de la población civil contra el Ejército y, poco a poco, contra cualquier representante del Rey. La situación se agravaba cuando los soldados devolvían la venganza, entrando así en una espiral de violencia que desembocaría en una guerra civil. Guerra que no afectó a toda Cataluña, sino sólo a las zonas que sufrieron los excesos y represalias. Así pues, en 1638, ciudadanos de Palafrugell molestos por los excesos de los soldados, mataron a dos capitanes y cinco soldados; la represalia se llevó a cabo en febrero de 1640 por el tercio napolitano de Spatafora, asesinando al Señor del castillo de Palautordera.

Llegamos al punto álgido. El 7 de junio de 1640, festividad de Corpus Christi, los segadores de la comarca de Barcelona, pasaban la jornada festiva en la ciudad. Aprovechando la concentración, algunos rebeldes se camuflaron entre los segadores con la intención de cometer desórdenes contra los representantes del Rey en la ciudad, amparándose en el refugio que les proporcionaba la turba. En seguida empezó el alboroto, sobre todo cuando los rebeldes se dirigieron a incendiar la casa del funcionario real Monrodón. Los franciscanos, advirtiendo la trama, organizaron espontáneamente una procesión para disuadir a los rebeldes. No consiguieron los religiosos su propósito pues los insurgentes mataron y quemaron a los funcionarios reales, incluso al virrey, sus casas y bienes, asaltando al mismo tiempo las cárceles y liberando a los presos para que cundiese todavía más la anarquía.

El Conde duque de Olivares, para poner fin al problema, preparó 35000 hombres para ocupar Cataluña y revocó las leyes de las Cortes Catalanas que se oponían al buen gobierno.

Sin embargo la Diputación de Cataluña pactó con Francia para expulsar a las tropas del Rey, imponiendo el reclutamiento para formar un ejército catalano-francés bajo penas por incumplimiento (pues el pueblo catalán en general no se quería enrolar). Francia, que colaboró con la Diputación catalana con el propósito de debilitar a España en la pugna que mantenían ambas naciones, y con el falso pretexto de liberar a los catalanes de la tiranía a la que estaban sometidos por el supuesto absolutismo de Felipe IV (es decir, con la promesa de respetar las leyes y constituciones catalanas –fueros-),  tenía la oscura pretensión de invadir Cataluña para fundar una república catalana separada de España y bajo la protección francesa.
A finales de 1640 el ejército del Rey entró en Cataluña y tomó violentamente Cambrils, exasperando aún más los ánimos de los rebeldes. Al mismo tiempo el ejército francés conquistó Barcelona y Tarragona, ésta última devuelta en seguida a España.

Los catalanes adivinaron el malévolo objetivo de Richelieu, sobretodo cuando empezaron a llegar a Cataluña  funcionarios de Luis XIII para ocupar los puestos de la organización política, desplazando a los catalanes y sin respetar sus fueros. Además, el alojamiento de tropas francesas en Cataluña durante la guerra, provocó más graves desmanes que los cometidos por soldados de Felipe IV, sumiendo al pueblo catalán en una profunda desilusión. Al fin las tropas de Felipe IV toman Barcelona el 13.10.1653, comprometiéndose el monarca a respetar las constituciones catalanas y finalizando así la Guerra de Secesión.

El pacto de la Diputación catalana con Francia resultó fatídico para España y, sobre todo, para Cataluña que perdió el Rosellón al finalizar la Guerra de Secesión. El pueblo rosellonés se levantó contra la continua vulneración de sus fueros por los franceses en 1653 (ya finalizada la Guerra de Secesión, pero en plena guerra entre Francia y España), sin conseguir éxito; muchos, tras el fracaso, tuvieron que huir a la Cataluña española. Francia, en represalia, invadió el Ampurdán, el Valle de Arán y Ripoll. La guerra franco- española finalizó con el Tratado de los Pirineos (1659-1660), mediante el cual Francia pasaba a poseer el Rosellón, Vallespir, Conflent , Capcir , la Cerdaña, Artois, parte de Luxemburgo y plazas en Flandes. En 1660 Luis XIV anuló las instituciones, privilegios y constituciones catalanas del Rosellón, Vallespir, Conflent , Capcir y la Cerdaña. A pesar del Tratado de los Pirineos, se mantenía la resistencia catalana a la incorporación a Francia por la opresión francesa<!--[if !supportFootnotes]-->[4]<!--[endif]--> (excesos, robos, violaciones, derogación de sus instituciones), hasta el punto del brote de una nueva rebelión en el Rosellón entre 1666 y 1668, secundada por España, en respuesta al ataque francés sobre Flandes.

Una muestra más de la traición francesa a la Diputación Catalana la observamos en la prohibición del uso del catalán por Luis XIV en los territorios anexionados.

 La guerra franco- española se reemprendió con la invasión francesa desde el Ampurdán hasta Gerona en 1673. La paz de Nimega de 1678 puso fin a esta guerra suponiendo para España la pérdida del Franco- Condado más 12 plazas belgas.

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<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]--> La estructuración de las Cortes medievales y modernas en tres brazos (Nobleza, Clero, Tercer Estado) obedecía a una concepción cristiana y teocéntrica del mundo. Dios cede la soberanía al rey, quien tiene que administrarla correctamente para que la sociedad pueda alcanzar el bien común, integrado por el bien espiritual (salvación eterna) y el bien temporal. A su vez, colaboran en ese objetivo los nobles (militares) luchando, si fuera necesario, por la paz en la sociedad, los clérigos rezando por la salvación de la comunidad y el pueblo trabajando para mantenerse y mantener a militares y clérigos que ofrecen su vida por el bien común.
Este esquema perfecto, sufre alteraciones a lo largo de la Historia por culpa de la codicia y soberbia de algunos de sus protagonistas, que olvidándose de la consecución del bien común buscan satisfacer su interés particular. Este es el caso de las Cortes Catalanas, que con su negativa a colaborar no tuvieron en cuenta que debilitaban a España frente a Holanda, abriendo así la puerta a una posible guerra e invasión francesa, que afectaría negativamente a Cataluña antes que a cualquier otro territorio nacional, como realmente sucedió.
<!--[if !supportFootnotes]-->[2]<!--[endif]--> El estamento eclesiástico era uno de los tres brazos que componían las Cortes Catalanas. Si éstas, en general, se habían negado a participar en la Unión de Armas, es lógico pensar que al menos una parte del clero también se negaba. De esta manera entendemos la reacción de dichos canónigos.
<!--[if !supportFootnotes]-->[3]<!--[endif]--> En esta reacción subyace también, además del malestar por la mengua de sus rentas, la animadversión al Rey por proponer al Papa el nombramiento de muchos abades y jerarcas eclesiásticos castellanos ante la casi total inexistencia de candidatos catalanes aptos.
<!--[if !supportFootnotes]-->[4]<!--[endif]--> Quejas de Perpiñán al Ministro francés Mazzarino en 1642, de la Seo de Urgel en 1656, de Bellver de Cerdaña en 1658.

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